Veo entrar en el colegio a una señora a quien todos hablan cariñosamente, se alegran de su llegada y le estampan besos a montón. Las madres de los pequeños miramos con un poco de curiosidad a la visita que se encuentra como “pedro por su casa”, saludando a unas y a otras con efusividad. De repente, una de las madres se percata de su presencia y se echa literalmente a sus brazos, le da un abrazo inmenso; le llena de besos.
Una de nosotras comenta: es que ella (refiriéndose a la mamá) es ex-alumna del cole y la otra señora fue su profesora. Entendimos todos inmediatamente tanto cariño. Es que es una profe del cole. De nuestro cole.

Los niños les quieren. Quieren a su colegio y están a gusto. Mamás y papás, también. Muchos nos quedamos a esperar que caiga la tarde (si hace bueno no dan ganas de irse nunca) mientras los hijitos juegan. Si hay un accidente y nos llega una pelota voladora se escucha: Ay perdona; te has hecho daño? y te dan un beso y todo. Niños de otro mundo que saben decir “no me gusta”, “perdona”, “gracias”, “no pasa nada”.
Las maestras nos reciben cariñosas todas las mañanas. Besos, achuchones varios. Hay para todos; incluso para las mamás, cuando estamos tristes o si tenemos una alegría para contar. Desde mi perspectiva, veo que el truco es simple: Son maestras con una vocación inmensa, con verdadero amor a su labor. Pero además, trabajan en libertad o al menos, así lo siento.
No sé cuál es la forma de “reclutar” personal, pero todas llevan allí años de años, aunque parezcan niñas pequeñas, con su estilo moderno y desenfadado. Me imagino la entrevista de trabajo: ¿color favorito? (el de nuestra profe de este año es el amarillo, lo sé), ¿le gustan las chuches de fresa? ¿Límite de abrazos y besos que puedes dar/recibir? Y si no, ¿de qué otra forma se mide la ilusión y el compromiso con la infancia? Viene tatuado. Todo lo demás se puede aprender sobre la marcha.

Es primavera. Leones y Tigres disfrutan del patio pequeño, de ver a las hormigas subir a la hierba, de jugar con las cajas de plástico y los neumáticos negros. Los mayores juegan a la pelota, a la comba, a la rayuela y a pillarse. Se cuentan cuentos unos a otros. Todos salen de allí con las mejillas coloradas y el pelo alborotado. Las madres charlan... nos da el sol. Me siento parte de todo esto.
De repente escucho un llanto. ¿Qué pasa? No ha pasado nada... es un niño, que como los otros, hoy tampoco se quiere ir.