miércoles, 18 de enero de 2012

El derecho a un buen parir



Existen dos maneras de atender un parto: Bien y mal. 

Bien, es aquel parto atendido según la evidencia científica, asegurándonos de que la mamá y el bebé no sean puestos en riesgo de forma innecesaria. Respetando el ritmo normal de cada madre, el proceso fisiológico del parto y del nacimiento. 
Atender bien un parto es hacer uso de las intervenciones y la tecnología, sólo en aquellos casos en los que es realmente necesario. Es tener claro que estos casos -los que necesitan intervención- son muy pocos y no la mayoría. 
Atender bien un parto es acompañar a la mamá, su pareja y el bebé que va a nacer en uno de los momentos más importantes de su historia como familia. 
Atender bien un parto es hacer caso de las recomendaciones internacionales y nacionales. Recomendaciones que son hechas y recogidas por expertos en la materia y no por cuatro señoras que se aburrían. 
Cuando se atiende bien un parto la "opinología" no tiene cabida. Sólo hay espacio para la medicina basada en la evidencia y la vocación de servicio. 

Atender mal un parto es jugarse la carrera. Es saltarse las normas y las recomendaciones de los expertos por irse temprano a casa. Es arriesgar la salud de la madre y del bebé que se atiende con cada intervención que se realiza por desconocimiento, comodidad o simple soberbia.  Atender mal un parto es olvidar el juramento, asistir sin vocación al milagro de la vida. Seguir protocolos desfasados y dejar claro quién "es la autoridad". Dejar todo a la suerte.
Atender mal un parto es olvidar a las mujeres de nuestras propias familias y ver en la que atendemos "un caso". Aplicar sistemáticamente lo aprendido hace treinta años: cortar, empujar, dirigir, extraer, coser... sin plantearnos jamás si lo que se hace está o no bien hecho. Utilizar máquinas, maniobras e instrumentos cuando no hay necesidad; no informar o informar poco y mal y pretender que la madre tome decisiones bajo presión, miedo o sólo conociendo "parte de la verdad". 
Atender mal un parto es desconocer que existen guías y documentos con la evidencia recogida y seguir interviniendo sin necesidad. 

El derecho a un buen parir es un derecho de todas las mujeres. No es una moda de madres ecológicas, no es un derecho de madres "conscientes e informadas", no es un lujo de madres ricas, no es una idea de fundamentalistas. 
También las madres pobres, las que jamás se preguntaron nada ni se cuestionaron nada sobre el parto, las desinformadas, aquellas a las que el medio ambiente les da igual, las ateas y las creyentes... todas tienen derecho a un buen parir. 

Independientemente del estatus o de las creencias de la madre, debería ser bien atendida. Porque parir bien no tiene que ver con el dónde se pare, con si pedir o no la epidural o con poner o no música en el parto. Sí que tiene que ver con la clase de atención recibida... y no me refiero a un parto "educado" (que es lo mínimo que se debería ofrecer) sino con una atención rigurosa, que garantice la máxima seguridad y bienestar de la madre y su bebé.  Que se deje de jugar a la ruleta rusa. 

Atender bien un parto debería ser una regla y no la excepción. Y ser bien atendidas, debería ser un derecho universal y no una anécdota o tema de conversación de periodistillas mal informados. 

Dejemos de hablar de partos ecológicos, de encasillar a las madres que buscan partos normales y de empezar a llamar a las cosas por su nombre. 

¿Ud. que desea: Parir bien o parir mal?


Para un buen parir:

http://www.clau707.blogspot.com/p/he-visto.html






martes, 10 de enero de 2012

Adiós bebé...

Para mi amiga Plena. 
Cuya bebé de 24 años está fuera de casa hace unos meses... 


Apenas hemos empezado el año y en estos días siento que he envejecido de golpe. Os cuento…

Capítulo I
En mi casa, el salón estaba dividido en dos. Por una parte, un espacio de sofás y tele, como en casi todas las casas, y por otro lado, la sección juguetería. Es decir, la mitad del salón lo ocupaban los juguetes de Piojilla.
La semana anterior se me ocurrió crear un espacio juguetero en la habitación en la que teníamos nuestra zona “oficina” y despejar el salón. Así que Papá Conejo y yo contamos a Piojilla nuestros planes –que aceptó encantada- y trasladamos las cocinitas, cestas de juguetes y demás artilugios infantiles, del salón a la habitación que solíamos llamar “cuarto azul”, y nuestros ordenadores y cosas aburridas, que estaban en el cuarto azul, al salón.
Cuando ya teníamos todo puesto, Piojilla nos dijo: Vale, ahora sólo falta MI CAMA.

Piojilla dormía en mi habitación desde que nació. Alguna vez habíamos hablado de que cuando “sea mayor” dormiría en una habitación propia. Pero la idea me parecía tan lejana, que cuando nos dijo que “sólo faltaba su cama”, mi primera reacción fue disuadirla. No lo logré… pero logré aplazar la decisión para “mañana”, esperando que “mañana” se le hubiera olvidado o lo hubiera pensado mejor.
Mi sorpresa fue inmensa cuando, apenas levantada, lo primero que hizo fue decirnos que ya era “mañana” y que teníamos que llevar la camita a SU habitación. Estuvo hablando horas de SU habitación, poniendo sus dibujos, sus pegatinas, trasladando cada una de sus cositas a SU habitación y dejando desnuda la mía.
Papá Conejo y yo sacamos juntos la cama de mi Piojilla. Yo lloraba… no puedo explicar lo que mi corazón de madre sentía. Mi Piojilla pequeña… se despedía de mí.

Han pasado ya varios días desde este episodio y aunque alguna noche ha tenido algúnn sueño extraño –ella habla dormida y sueña mucho- no ha aceptado volver al nido. Cada vez que llega una visita enseña con orgullo “SU habitación” y nos dice que pondrá un letrero de “no pasar”.  Yo he puesto un colchón extra en la mía, por si alguna vez quiere venir de visita, pero todo indica que tendré que guardarlo pronto.

Un día los hijos se van…


Capítulo II
A mediados de diciembre Piojilla nos contó emocionada que se le movía un diente. ¡¡Iba a caérsele su primer diente de leche!!! Da la impresión de que la naturaleza te da pequeñas señales para hacerte ver que los años pasan. Ahora estoy convencida de que los dientes de leche se caen para que las madres miremos con ojos nuevos a nuestros “bebés”.

Durante tres semanas Piojilla estuvo enseñándonos a diario los “progresos” de su diente… un poquito más, un poquito más. Haciendo planes: Cómo ponerlo bajo la almohada, a qué hora llega el Ratón Pérez, si la moneda que deja es de 5 céntimos o de 2 euros…

Tengo que decir que mis hijas no creen en Reyes Magos, ni papanoel, ni ratones mágicos. Pero les hace ilusión –y es una ilusión compartida- poner zapatos, leche tibia, escribir cartas, jugar a que todo es real. Lo hacemos juntos y todos participamos de esos pequeños sueños de infancia a sabiendas de que finalmente, compraremos juntos los regalos de Navidad  o que la moneda del ratón sale de mi bolsillo. El saberlo, no enturbia para nada la alegría y la ansiedad de ver “qué dejaron los reyes en los zapatos”. Son pequeños rituales llenos de ternura infantil.

Ayer, se le salió el diente en el cole. Muy precavida, fue a entregárselo a la profesora para que no se perdiera…
Cuando llegué el colegio y me enseñó la boca con un diente menos, se me llenaron los ojos de lágrimas y la abracé mucho. ¡¡Qué ilusión!!  ¡Qué mayor! Ella inmediatamente fue a pedir el diente a la profe para dármelo… La profe lo buscó en todos sus bolsillos, y con toda la pena del mundo nos confesó que se había perdido.

Piojilla es muy reservada con sus emociones fuera de casa. Puede tener una rabieta muy gorda delante de todos, pero una lágrima por algo como esto no se le escapa fuera de su habitat. Muy digna, buscó por la arena del patio durante un rato… fuimos a recorrer los rincones de su clase, los baños, el café… no hubo suerte.

Nos fuimos a casa y en el camino ya se le escapaban las lágrimas. Cuando llegamos, se desató una pequeña tragedia.  ¿Cómo consolarla?  
Decidimos que lo mejor era preparar una carta explicando al ratón lo sucedido. Piojilla me dictó –cual jefa- cada coma y cada frase. En su carta  ponía que como seguramente lo habría cogido el ratón, ya no pondría diente alguno debajo de la almohada. Pero que, de todas formas, esperaba un dinerito a cambio. Además recalcaba que su diente, “era un diente precioso” por lo que ella pensaba que en vez de 2 euros –lo prometido-  el diente valía 5.

Esta última “petición” me hizo sonreír de oreja a oreja… por supuesto que llegarían los cinco euros. Aunque no tenga ni idea del valor del dinero, sí que sabe cuánto es más y cuanto es menos; ya que se había perdido el diente, qué mínimo que reparar el disgusto.  Dejó la carta sobre su mesa de noche y se durmió.

Esta mañana, el Ratón Pérez había dejado una nota y cinco euros en el mismo lugar en el que ella había dejado su carta. Pero además, al levantar su almohada descubrió un euro más!! Seguramente Papá Conejo lo puso allí antes de salir de casa por la mañana.

No os puedo contar su emoción, ni la mía. Y ya en el cole, apenas entró en su clase la escuché que decía: ¡…Sí que ha venido el ratón!

Ahora estoy sola en casa escribiendo todo esto. Con el corazón encogido mientras lo cuento… ¡Qué mayor está ya! se ha ido de mi habitación y se le ha caído un diente. Me río yo de aquellos que dicen que “No le cojas, que es malo; que se acostumbran”. ¡Qué poco duran los hijos a nuestro lado! Cuántos abrazos más deberíamos darles sólo por eso.

Este año Piojilla comienza ya la primaria y no puedo evitar pensar que la mitad de su infancia ya se ha ido…



Ausente, pero no.

  No entro mucho por aquí aunque lo estético sea estar presente en redes. Y lo que sucede en realidad es que los días pasan rapidísimo y no ...