No entro mucho por aquí aunque lo
estético sea estar presente en redes. Y lo que sucede en realidad es que los
días pasan rapidísimo y no da tiempo para contar lo que han dado de sí las
horas sin sacrificar otros tiempos importantes. Parece que no estoy, pero sí. Solo que en otro
lugar.
Los grupos de madres (los reales
y virtuales) echan humo. Las madres hablan, comparten, se preguntan unas a
otras. Van bajando el ritmo hacia el final del año dos, cuando empiezan a
buscar cole. Es entonces que da la impresión de que todo se pone en su sitio (y
cuando la mayoría de ellas está ya encaminando el segundo…).
Me ocupo de contestar a las
dudas, de escribir mails, mandar fotos y recursos. Voy a las casas de las
madres e intentando no invadir sus vidas, llevo un bolsito a lo Mary Poppins para
ofrecer confort y sosiego. Doy abrazos, río… alguna vez acompaño el llanto
tragando saliva para no llorar también.
Acompaño postpartos,
relactaciones y destetes. Embarazos difíciles con situaciones complejas.
Embarazos felices. Crianzas gozosas. Otras solitarias y cuántas, mal
acompañadas. A veces estoy de testigo mudo cuando todo se va a la porra y sale
la sombra del divorcio o la separación, tiempo después.
Intento guardar en mi memoria los
nombres de todas, de sus hijos, de sus situaciones. Apunto e invento códigos
para recordar, cuando hablamos por privado, algo de sus vidas.
De vez en cuando hago “match de
madres”. Por zonas, por afinidad, por lugares de procedencia o por situaciones
similares. Pongo en contacto a una con otra como una verdadera “celestina”
maternal porque así a lo mejor salen al parque a pasear y a compartir su camino
maternando. Me repito a diario “dos madres son un grupo” y sé con certeza que
los grupos salvan vidas.
Un día estuve allí hace muchos
años. Con mi carrito enorme haciendo juego con mi soledad. Y entonces,
compartir esos pasos difíciles fue más llevadero. Así: entre mamás.
Rumbo a los 13 años...
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