Cuando estudié Relaciones Internacionales tenía la ilusión de comprender mejor el mundo y desmenuzar, aunque sea en teoría, las luchas entre países. Quería entender las razones de las guerras, los conflictos que nos llevan a matarnos unos a los otros, el porqué hay hambre en el mundo y cómo se pueden solucionar los problemas de la humanidad. ¡¡Qué inocente!! Después de los años invertidos resulta que sólo me han quedado más dudas y mas cuestionamientos y sigo sin entender la razón de las guerras (o más bien, entiendo que siempre hay una sola causa: la ambición).
Por deformación profesional -soy periodista- me trago todos los informativos que puedo. En estos días y con motivo de las Navidades había intentado desconectar un poco de la actualidad. Había dejado de ver noticieros, de leer la prensa y disfrutar de manera llana estos días de vacaciones junto a mis hijas.
Ha sido imposible. No se puede ignorar la noticia con la que hemos recibido el año, ni vendarnos los ojos ante más de 500 muertos en la peor masacre que ha sufrido el pueblo palestino en los últimos 50 años.
No quiero dar mi visión política porque aquí no toca. Sólo que ayer recibí un e-mail de mi amiga Ibone haciendo una reflexión como madre, ante los muchos niños muertos que hoy lloran otras tantas madres. Niños que, sin importar el bando que los acogía como familia, merecían tener más horas de jugar, más abrazos de sus padres y más risas junto a sus amiguitos. Porque aún en la más terrible de las guerras, los niños tienen esos derechos y sus madres la libertad de poder amarlos.
Recuerdo que exactamente hace un año, encontré a una compañera de la Universidad haciendo compras y nos saludamos cariñosamente. Me contó que después de varias experiencias laborales absurdas, había decidido irse a Gaza como voluntaria. Que pasaba la Navidad aquí, pero que tenía muy claro que su lugar era ese y que en cuanto pasasen las fiestas volvería al asentamiento para quedarse. Se sentía útil y además se había enamorado.
Le pregunté si no tenía miedo y me dijo que no. Que le daba más miedo quedarse aquí y saber que desde tan lejos no se pueden cambiar las cosas, digamos lo que digamos. Allá, un día repartía comida y otro día abrazos a quien lo necesitara y que por eso valían la pena las noches de zozobra y el no saber cómo o si te vas a levantar al día siguiente.
¡María, cómo te admiro! En estos días no he hecho nada más que pensar en ti y en si te alcanzarán los brazos para dar apoyo a tanta gente triste o te habrás unido a todas esas lágrimas.
¡María, cómo te admiro! En estos días no he hecho nada más que pensar en ti y en si te alcanzarán los brazos para dar apoyo a tanta gente triste o te habrás unido a todas esas lágrimas.
Nada ha cambiado y es cierto. El mundo gira y sigue su ritmo. No ha parado ni por un segundo ante ésta u otra desgracia anterior. Y quiero pensar que no es falta de humanidad lo que tenemos, sino optimismo ante el futuro... ¿Me engaño a mi misma?
1 comentario:
Cuanta razón en tus palabras, amiga del alma. Que suerte tener una amiga asi, con el nombre de María, ¿por qué sera? Me pregunto. A mi me da rabia, me siento impotente. Solo recordar que en tierra del mismisimo Niño Jesus, que estos días ha estado más presentes en nuestras vidas, ocurren tantas tragedias juntas, no se entienden ni comprenden, no respetan las diferencias, no acaban de conciliarse...yo tampoco soy muy política. Prefiero pensar en el sentido común. Y ¿cual es la semilla de tanto mal? Pues no lo sé, tendría que ponerme a leer para comprender, o no, el porqué de tanta guerra.
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