miércoles, 17 de septiembre de 2014

Yo no quería una doula

Yo no quería una doula. O al menos, no había pensando en ello en este último parto. No sentí necesidad de alguien que me acompañara, salvo por mi propia familia. 
Por eso, cuando en el pack contratado se incluía una doula... no me gustó demasiado la idea. A pesar de ello, decidí darle la oportunidad de conocernos y tratarnos. Ya nos conocíamos en otros ámbitos, puesto que también acompaño madres, e inevitablemente nos habíamos visto muchas, muchas veces en otros contextos.

Pero ahora, la madre era yo y la doula ella. Que extraño se me hacía todo. 

Y el día de conocernos llegó y me pareció simpática, agradable, dulce. Hablamos de mis necesidades, de mis preferencias, de mis preocupaciones. Hablamos de plan de parto y le dije que no necesitaba escribirlo, porque sabía que mi voz era suficiente y que solo necesitaba una cosa: estar bien acompañada. Ella sabía exactamente a qué me refería.

Nos vimos unas cuantas veces más. Siempre fueron visitas tranquilas, sin prisa. Charlar y contar mis deseos, mis preocupaciones (que luego se hicieron reales), reírnos, llorar. 

El día de mi parto (lo cuento aquí) fue la primera en llegar. Aguantó pacientemente mi (mal) humor. Me ofreció algo de beber, intentó que esté cómoda. Casi no habló. Pero su presencia era la única cosa que me hacía sentir segura, a pesar de que yo sabía que ella ni era personal sanitario ni podría hacer nada si mi matrona no llegaba a tiempo. Pero jamás hizo el intento de intervenir, ni sugirió, ni ofreció hacer absolutamente cosa que no le correspondiese. Simplemente estaba. Sentada a mi lado mientras yo caminaba de un lado a otro, asintiendo lo que yo decía, ofreciendo una infusión, acomodando las cosas que se necesitaban, controlando los minutos según mis indicaciones... Casi todo el tiempo en silencio (que yo pedía) o hablando, cuando le preguntaba. 

Cuando sentí que perdía el control sobre mi parto soñado me dijo dos frases que me volvieron a la tierra y a todo aquello en lo que creo. Me devolvió la fe en mi cuerpo y en mi espíritu, perdidos durante dos contracciones intensas; las únicas que dolieron. Fueron solo palabras. Palabras llenas de fuerza y confianza. 

Y luego el timbre sonó (llegaba la matrona) y pedí que me desvistieran. Entre ella y mi marido me quitaron la ropa. Estaba en completa.  Yo sentía que mi doula se adelantaba a mis deseos. Rápida pero suave. Es difícil de explicar su "estar", porque realmente no era visible... 

Mi matrona hizo su trabajo. Me hizo un solo tacto. Atendió mi parto. Acompañó ese momento con gran profesionalidad; con amor. Mi doula estaba allí, junto a mí y a una distancia prudente. Puso un cojín para que esté cómoda, me puso una mantita encima cuando nació el bebé para que estemos calientes, encendió el radiador -era invierno- , acomodó el escenario casi sin ser vista. Habló con mis hijas, con mi marido. Les aportó serenidad. 

Ya nacido mi bebé, me entró sed, y antes de que acabase la frase pidiendo algo de beber me ofreció un zumo de naranja. Se llevó las fundas del sofá que se habían manchado y cuando escuché la lavadora sonar lejana, me sorprendió no haberme dado cuenta del minuto en el que había hecho todo eso...  yo había sentido su presencia en todo momento. 

Podría contar muchas cosas más. Todo lo que NO hizo. No me tocó, no hizo tactos. No pretendió ser matrona a pesar de que no hubo ninguna hasta casi el expulsivo. No dio consejos. No decidió nada por mí. No me sugirió absolutamente nada, sino que apoyó cada cosa que se me ocurrió en cada momento; con tranquilidad. Su presencia fue luz. No realizó ningún procedimiento sanitario ni intentó cambiar mi opinión. No vigiló nada ni hizo ninguna otra cosa que estar a mi lado, donde yo la necesité. Nunca me sentí juzgada, no sentí que tuviera galones. No escuchó el latido del corazón de mi bebé, no me tocó la barriga, no me dijo que estaba con tal o cual centímetro de dilatación. Me dio la mano.

No hizo nada... pero hizo tanto. Yo no quería una doula, y sin embargo, que diferente hubiera sido todo sin su presencia.  Gracias Paca.

En esta foto, tomada por alguna de mis hijas con el móvil, mi marido, mi matrona y mi doula,
junto a mí y mi bebé


4 comentarios:

Opiniones incorrectas dijo...

Yo aún estoy en dudas, pero desde luego a las que habéis tenido doula os veo contentísimas a todas :)

18+4

Claudia dijo...

:-) No todas las mujeres necesitan una doula, pero sería bonito que todas tuviéramos la posibilidad de contar con una si la necesitamos.
Sí que es importante elegir bien. Una buena doula no hace terapias, ni interviene de ninguna forma. En eso consiste acompañar.

Un abrazo.

La Brujita Tapita dijo...

Pues por lo que has contado, mis doulas fueron mi madre y mi marido, en el hospital. Los dos se turnaban para darme la mano, los dos me secaban el sudor (en dos partos era casi agosto, en el otro marzo pero yo tenía mucho calor), los dos me relajaban con sus palabras y los dos parieron conmigo en las tres ocasiones. Un saludo y sigo echándole un vistazo a tu blog, me parece muy interesante.

Sra. Schznaukel dijo...

Creo que se te ha olvidado contar sobre tu primera doula.

Ausente, pero no.

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