Yo nunca he sido particularmente amiga de los chupetes. A Valeria no se lo ofrecí nunca porque no se me ocurrió comprarlo y nadie me regaló ninguno. Pocos niños usan chupete en Bolivia y nunca había tenido que decidir si dárselo o no. Pasó de la teta a la taza, porque tampoco aceptó biberones jamás. Tengo el convencimiento (y ahora más) de que si tengo un tercer hijo no lo conocerá ni en foto. EDITO: No porque considere al pobre "pepe" un instrumento diabólico, apaga niños, contraproducente para los dientes, etc., etc. o cualquier otra razón que alguien pueda pensar. No. Simplemente porque no me veo capaz de quitárselo sin sufrir y sin causarle sufrimiento.
Cuando nació Sofía, ya me habían regalado dos o tres “canastillas” en los cursos de preparación al parto y, como no, venían chupetitos de regalo. Además, mi amado, con toda su buena intención, compró chupetes lindísimos para la piojilla. Así que prácticamente no hubo mayor deliberación y zas! le dimos chupete. He de decir que de noche era un aliado (sobre todo cuando me tocó volver al trabajo) y también le sirvió de consuelo cuando lloraba a pesar de los brazos de mamá. Por eso mi sentimiento de culpabilidad al pensar en quitárselo.
Sofía le llama Pepe o Pepito al chupete. Era su amigo. No lo tenía en la boca las 24 horas, ni mucho menos. Mientras jugaba, o estaba distraída ni se acordaba de él. Pero si tenía sueño, estaba aburrida o lloraba, era lo primero que pedía. Su Pepe. Su Pepito.
Cuando fuimos a la guarde a pedir plaza para este año, una de las cosas que vimos fue que los niños (ni siquiera los bebés) llevan chupete. La coordinadora nos dijo que tendría que venir sin él, si lo usaba (no nos preguntó si lo usaba o no, simplemente fue como echarlo al viento, por si nos tocaba) y a mí me dio mucha penita y pensé en lo triste que es darles un chupete, acostumbrarles a él y luego tener la mala leche de quitárselo “porque ya es mayor” o “porque le dañará la boca”. Para eso, mejor no dárselo nunca, no? Qué egoístas somos los adultos, que sólo pensamos en nuestro bienestar, en lo que nos viene mejor, según qué tiempo.
No tenía ninguna intención de quitárselo (y menos yo, que no fui quien le enganchó al chupe) pero como el mal estaba hecho y en la guarde no hay chupes, quería que por lo menos fuese una transición sin dolor... un pasito... despacio y sin traumas. Ella solita.
Pero a pesar de mi intención de querer escapar de esa responsabilidad, la suerte quiso que fuese yo la fatal intermediaria...
El sábado pasado mientras limpiaba la casa, Sofía iba detrás de mí, siguiendo mis pasos. Estaba aspirando los rincones con la boquilla gorda y mientras la piojilla jugaba, pasaba por delante de mí, pasaba por detrás. Saltaba el cable... todo esto con el chupe puesto. De repente, cae el chupe al suelo en el mismo momento en que yo pasaba por ahí la aspiradora y ffffffffffffffhhghghghgh. La aspiradora tragó el Pepito ante los ojos asombrados de Sofía y un grito mío: Ayyy!!
Le miro y le digo: Anda! se ha tragado tu chupe! Y ella me responde: se lo ha comido! y a continuación corre al salón a contárselo a papá, antes de que yo pueda intentar sacarlo y devolvérselo a su dueña.
Llegué a sacar el chupete (que no fue muy lejos, realmente) pero no dije nada porque luego nos fuimos a casa de mis padres y entre la comida, los juegos, peinar al abuelo, comer fresas, ver la caja de secretos de los tíos... pensó poco en ello. Yo, muda, a ver qué pasaba. Conté lo de la aspiradora a la familia, así que nadie le ofreció el chupe ni una vez.
Durante todo el día estuvo tranquila. No se acordó de él hasta llegar la tarde/noche y entonces su padre le dice: ¿No te acuerdas de que se lo comió la aspiradora? y ella: Ahhhh sí. La aspiradora come.
Y así, todo el finde. Y el lunes, y el martes... El miércoles por la noche, cuando quiso dormir y no encontraba la posición ni la manera de cerrar los ojos, lo pidió. Lloró. Y me sentí una bruja malvada, pero ya no podíamos volver atrás y volvérselo a dar después de 4 ó 5 días sin verlo y con el pleno convencimiento de que la aspiradora se lo había tragado.
Le consolé, le rasqué la cabeza y la espalda (le encanta), le acuné, canté, le conté cuentos de vacas sin manchas, de niños que van al parque y todo lo que se me ocurrió inventar. Durmió sobre mi pecho, como cuando era una bebé de menos de 3 kilos y no mencioné a Pepito ni una vez. Por dentro me moría de pena y estuve a punto de dárselo.
Han pasado dos días. Hoy, que es viernes, ha preguntado por él sólo una vez. Quiero convencerme a mí misma de que esto se perderá entre sus recuerdos, pero sé que será difícil olvidar este final, aunque no nos lo diga nunca. Le veo feliz, riendo y jugando. Como si nada.
Creo que el trauma más grande es el mío: he matado a Pepito de un plumazo... como las brujas de los cuentos, pero más moderna; en vez de escoba, aspiradora.
1 comentario:
ja, ja...asesina de chupetes..
tienes razón cuando cuenta s lo de qu e la gente se lo da por ocnvenienci a y luego como son más mayores, deciden también ellos que ya no lo pueden usar...yo creo que algunos , a veces, no piensan mucho....siguen la corriente...
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