Cada 27 de mayo celebro el día de las madres. Es el día de la madre boliviana y se recuerda en homenaje a las heroínas de la coronilla. Iban al mando de una mujer llamada Josefa, ciega, que organizó a aquellas mujeres-madres para salir de sus casas, armadas de palos y piedras y con sus hijos a la espalda, para defender la libertad de su pueblo. Guerras injustas, como todas.
Nuestros festejos son sencillos. No he recibido regalos, en el sentido "material" de la palabra. Mi primer regalo ha sido el beso de mi amado, cuando todavía estaba dormida y un felicidades susurrado.
Un poquitín más tarde, Valeria entraba con un desayuno completísimo y una hermosa carta de amor a mamá. Pongo la foto (está hecha con el móvil...) de todo que me trajo a la cama la pioja mayor. La pequeñita no sabe de días ni festejos y duerme plácidamente.
Más llamadas: mi papá, mi hermano. Besos telefónicos antes de comenzar la jornada. De camino llamo a mi madre. Me "acompaña" todos los días al trabajo, porque aprovecho los cinco minutos que tengo de caminata para darle la buena mañana, comentar las noticias, cómo hemos dormido, algún cotilleo, risas... penas. Es una mujer vital, optimista y alegre. Contagia esa chispa. Ríe mucho. Cómo quiero a mi gordita!!
A media mañana, más amores. Un correo electrónico de mi amado me llena el corazón de alegría. Ningún diamante supliría sus palabras. Volver a casa, comer corriendo, compartir esos minutos. Y luego otra vez al trabajo... El día pasa rápido y cuando está a punto de hacerse de noche, llega el resto de la familia, con tapeo, refrescos, una tarta. Brindamos por las madres. Por los hijos. Nos abrazamos y nos deseamos salud. La piojilla repite "¡¡felicidades!!" Piensa que es un cumple y sopla dos veces unas velas antiguas. Se van pronto; mañana hay trabajo.
A la 1 de la mañana, seguía intercambiando buenos deseos con mi cuñada, enviando besos a mi suegra, acordándome de las amigas que tengo cruzando el mar... hace tanto que no hablo con ellas!
Doy gracias por mi fortuna. Ser madre es un privilegio; un honor que te da la naturaleza. ¡Cuánto se aprende! Te expande el corazón a límites insospechados... tanto, que a veces duele.
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