Saber de la liberación de Ingrid Betancourt me ha emocionado mucho. La he visto con tanta entereza, tan serena a pesar de lo vivido, que no puedo sentir otra cosa que admiración y alegría por su reencuentro con la vida.
Ella, símbolo de paz en la Colombia convulsa, ha podido abrazar por fin a su familia y dar esperanza a los que quedan todavía privados del regalo de la libertad. Primero, estrechar a su madre. Y luego, fundirse con sus hijos...
Se me ocurren mil palabras para enlazar con su nombre: Ingrid fuerte, Ingrid sobreviviente. Pero sobre todo, Ingrid Madre. El poder de ese amor le ha mantenido viva. Al abrazar a sus hijos lo dijo claramente: "doy gracias a Dios por este momento tan bello. Mis hijos son mi luz, mis estrellas". Después, se quiebra su voz: "por ellos he seguido todo este tiempo".
Copio y pego la introducción de mi blog, porque creo que resume lo que ahora siento: Estoy convencida de que nacemos dos veces. La primera, hacia los brazos de nuestras madres. La segunda, hacia los brazos de nuestros hijos. Nadie nos dice que nuestra vida nunca más será la misma y tampoco es posible adivinar cuán grande puede ser el amor ni el inmenso poder que tiene el instinto. Cuando somos madres, comenzamos a nacer...
Ingrid, renace.
:-)
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