Hace unos días que Piojilla vio en la tele una noticia sobre el hambre del mundo. Se veían imágenes de niños hambrientos de otras latitudes, madres sin expresión, gente gris... como si todo fuera en blanco y negro. Me vio triste y me preguntó qué me pasaba. Entonces le expliqué, como pude y entienden sus 3 añitos, que existen otras realidades. Que hay mamás que lloran; que hay hijitos que no tienen qué comer y que mueren de frío y de pena.
Entonces, ella, en su inmenso corazón y su tierna inocencia me dijo:
Ya sé mamá: tengo una idea!! Les traemos a casa y les damos comidita y les prestamos nuestras mantas. Así no tendrán ni frío ni hambre. Les queremos a todos.
Y no tuve corazón para decirle que no era tan simple. Que no entraban todos en casa, que no eran suficientes nuestros brazos, que no había comida para todos... y de repente, pensé: todo esto son excusas. Porque tal vez, si cada uno hiciese algo, si estuviésemos dispuestos a renunciar a la mitad de nuestras "riquezas" para equilibrar la situación... entonces seguro que sería posible cambiar las cosas.
Y por eso, le sonreí y le dije: Sí hijita... es una gran idea.
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A 20 años de la declaración de los Derechos del Niño, sigue siendo eso: Una declaración de intenciones. Aquí va, para recordarla y no olvidar los niños que ayer fuimos.
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