Hoy mi madre cumple años. Realmente no importa cuántos, porque vive como si tuviese veintipocos: intensamente. Hemos quedado en que vamos a festejar el domingo. Hoy, apenas hemos hablado por teléfono, porque está en Barcelona haciendo un reciclaje en Sofrología. Ella es así, como una ardilla incansable, siempre pensando cosas nuevas, haciendo proyectos, con miles de sueños.
Conozco a poca gente que le tenga tanto amor, tanta pasión a la profesión que ejerce. He crecido con esa inyección de vitalidad, con esa sonrisa constante, con su complicidad y apertura de mente absoluta.
Desde siempre he admirado a mi madre. Siempre ha hecho lo que ha querido hacer y ha tenido siempre la paciencia para, pasito a pasito, lograr sus objetivos. Su frase preferida es "todo es un proceso".
Se tituló como enfermera y dos años antes de nacer yo, ya era enfermera jefe. Fundó un departamento de pediatría y desde entonces, se entrenó en esa rama de niños y madres. Años después y ya con nosotros danzando a su alredor, estudió medicina; se especializó en medicina psicosomática, en educación maternal, en psicología y factor humano; tiene un máster en salud pública.... Abrió un centro de preparación a la maternidad junto a mi padre (también médico, pero gineco obstetra), fundó la Sociedad Boliviana de Sexología y educación sexual de la que también fue presidenta. Y no sigo, porque no acabo...
Todo esto que cuento es para dar una idea de lo orgullosa que me siento de ella y de como me ha marcado como mujer y como madre su profesión y la dedicación que tiene hacia el prójimo. Pero no sólo como profesional, sino también como persona:
Mi madre es alguien que no sabe decir no, que está siempre dispuesta a ayudar. Es una madre entregada, cariñosa y alegre. Lo mismo cose una cortina que los vestiditos de las muñecas; guarda pequeños tesoros en cajas y cajitas, para que cuando la pioja llegue a su casa tenga miles de ellos para descubrir. Domina la cocina y todas esas artes manuales tan útiles para la vida. Ayuda a todos sin pedir nunca nada.
Tuve la suerte de que ayudase a nacer a mi hija mayor y me acompañase durante el nacimiento de la segunda. Una especie de madre-doula-médico-guía-abuela que está siempre ahí, sin importar la hora ni el tiempo.
Hablo con ella muchas veces al día. Lo mismo para contarle qué desayuné, como para consultarle como profesional. Soy muy quejica (es una forma de desestresarme; esa es mi excusa) y ella escucha pacientemente, aconseja, consuela, acompaña, tolera, ama.
No alcanzan las palabras para expresar cuánto amor le tengo, cuánto hace por mí cada día y cómo nos alegra la vida a todos. No concibo la vida sin ella.
Trascribo el último verso de un poema que le hice por el día de las madres. Han pasado ya cientos de años de ese entonces... pero sigo teniendo en mi corazón esta plegaria:
Señor que estás en los cielos
Sólo te pido un favor
Que no me la quites nunca
que sea eterno su amor
y que mis hijos me quieran
como a mi madre amo yo.
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