La piojilla menor cumple dos añitos. ¡Los terribles dos!
Apenas había nacido y el médico volvió para decirme: vaya genio tiene su hija!!
Ya lo sé; soy su madre... No tengo idea a quién habrá salido, pero me encanta.
Ahora le veo dormir, tan plácidamente, tan profundamente y no puedo evitar sonreír y querer comérmela. Está tan hermosa y tan viva!
Apenas había nacido y el médico volvió para decirme: vaya genio tiene su hija!!
Ya lo sé; soy su madre... No tengo idea a quién habrá salido, pero me encanta.
Ahora le veo dormir, tan plácidamente, tan profundamente y no puedo evitar sonreír y querer comérmela. Está tan hermosa y tan viva!
Es la edad deliciosa; bebotes gigantes que quieren ser independientes y no dejan que les cojas la manita porque quieren dar los pasos de su cuenta. Piojillos investigadores, descubren, prueban, examinan todo y se dan cuenta de todo.
Ya saben palabros, frases sueltas y escapan de sus bocas las cosas más increíbles.
Ahora que veo crecer a Sofía, le veo con otros ojos distintos a mi primer estreno de mamá. Ya no son las mismas preocupaciones las que me hacen temer y en cambio hay alguna nueva en la que antes no había pensado.
Por eso me tomo esta crianza con más calma; porque ya sé que estos momentos son únicos e irrepetibles, que el tiempo no vuelve y que nunca hay demasiada teta, demasiados brazos, demasiados besos. Que finalmente un día querrá volar y así como se soltó para dar su primer paso, hay que estar preparadas para ese primer vuelo en solitario.
No son nuestros hijos los que necesitan un seguro de vuelo... somos nosotras las que debemos asegurar el corazón.