Ese pedacito al que tanto había imaginado y al que ya veía en sueños. Días antes del parto todavía soñaba con un futuro ideal: ella misma organizada y plurivalente. Acunando mientras lee un libro, dando el pecho sin problemas, igual de guapa que siempre; ofreciendo mil sonrisas a las visitas, la comida lista y la casa impecable. Un bebé adorable que "come y duerme fenomenal", como el hijo de la vecina. Qué bonito es ser mamá.
No ha pasado mucho tiempo desde que ha vuelto a casa, con la misma ropa de embarazada con la que llegó a la clínica; los vaqueros que llevó para su salida no le valían. Los platos de la cena de ayer siguen apilados y ella todavía no se ha duchado. Los 15 días de permiso de papá ya se han terminado y la soledad es horrible. El silencio se rompe porque el niño llora. Le ofrece el pecho pero el bebé no quiere. Debe ser que no tengo leche, piensa ella.
Está ojerosa y triste. Cansada... y eso que a su alrededor nada se ha movido, parece ser que no ha hecho nada; no hay orden alguno. Qué envidia que puedas estar todo el día en casa, dice papá. No comprende qué le pasa.
Por su mente pasan todo tipo de pensamientos. Cada uno más sombrío que el otro y no se atreve a decirlos en voz alta. A veces, hasta se arrepiente y añora su vida "anterior".
Debo ser la peor de las madres, piensa.
Llora, mamá. Llora.
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Esta semana he estado acompañando a dos recientes mamás. Cada una con una historia diferente, embarazos y partos distintos. No se conocen entre sí. No tienen ninguna cosa en común excepto haber parido hace poco y sentir en su corazón todo esto que cuento más arriba.
¿Pero realmente pasa algo? El mundo parece exigirte que "tienes" que estar feliz y sublime. Te obligas a ti misma a sonreir a la vecina y lo que te apetece es echarla; su vida es tan perfecta... ¿Qué es lo que nos pasa realmente? ¿Por qué no puedo dejar de llorar?
Parir deja una herida profunda. No me refiero a la episiotomía o esa cicatriz que deja la cesárea; no. Hacerse madre pone al descubierto todos nuestros miedos y zonas frágiles. Nos deja vulnerables y necesitadas de abrazos y mimos. Por un lado, la montaña rusa de emociones y el cóctel hormonal que hay en nuestros cuerpos, hacen de las suyas. Nadie nos explica que esto va a pasarnos... y quizá, si lo sabemos, no le prestamos mucha atención. ¡Tenemos tantas otras cosas en qué pensar!
Por otro lado, todo aquello que esperábamos, que idealizábamos, parece ser de humo. Construímos mentalmente un proyecto perfecto y nada ha salido como queríamos/soñábamos. Si fuera un espectáculo pediríamos que nos devuelvan las entradas.
Si el que llega es ya un segundo o tercer hijo, en vez de ser más fácil resulta ser más complicado. Ya no eres de "propiedad exclusiva" y tienes que repartirte entre todos los que demandan tu compañía. Se desata una lucha interior por darle al mayor la misma atención que al pequeño. Quedas exhausta y con la sensación de fallarle a los dos.
Esta ambivalencia es normal y necesaria para nacer como mamás y encontrar poco a poco comodidad en este nuevo estatus. También para el bebé es todo nuevo y aún no se sitúa en el exterior; por eso es importante reforzar la relación de mamá-hijo, coger al bebé en brazos y dejar que afloren de manera natural nuestros sentimientos hacia esa nueva vida. Reconocerse mutuamente.
Como mamás, conocer todo esto puede ayudar a llevar mejor este pequeño "blues" y así no sentirse culpable ante la cantidad de sentimientos encontrados que rondan el alma. Llorar es sanador y alivia mucho. Tal vez compartir todo lo que llevamos dentro con alguien de nuestra confianza también ayude.
¿Y el resto? Como pareja, abuela, amiga, sólo queda acompañar a la mamá en este camino. Entendiendo su pesar, consolando y abrazando siempre. Sin juzgar ni decirle "cómo tiene que hacer las cosas", porque eso es lo que menos necesita. Es imprescindible que la logística doméstica quede en manos de los demás y que si llega a casa alguien para "ayudar", su ayuda se centre especial (y tal vez específicamente) en la puesta a punto de la casa, en preparar la comida, lavar platos y pasar la mopa. Eso permite a la madre descansar y que la pareja se dedique en exclusiva a su bebé. Creo que contar con una red de mujeres que arropen a esa madre debería ser la norma.
Es importante que esa pequeña tristeza vaya pasando con el tiempo. Que no tenga miedo de buscar ayuda y de compartir lo que le pasa con una mano amiga. Que cada día esa mamá se sienta más a gusto y vea los retos que van surgiendo con mayor optimismo. Enfrentar la jornada un poquito más segura y más feliz.
Ser madre transforma y te convierte en mariposa. Como dice mi amiga Samuelete: Nunca más eres la misma, eres mejor.
Un buen libro para leer: Los 25 principios de la nueva madre. Marta Sears.