"Tú sólo sabes ser mamá; yo quiero tener una vida". Esta es una sentencia que he tenido que escuchar muchas veces y poca gente entiende que no he renunciado a nada. Simplemente he cambiado mis prioridades.
Sigo siendo igual de activa (o más), sigo estudiando, leyendo, investigando. Sigo teniendo amigos, sigo disfrutando de la vida y desde luego, del amor. Trabajo lo que de momento es necesario (económicamente hablando) y no necesito de un alto cargo para sentirme importante.
Para muchas personas ser madre –e implicarse en la crianza del bebé que hemos traído al mundo- significa "sacrificarse" y por eso es que se tiene el prejuicio de que las mamás que creemos en la crianza con apego sólo sabemos/queremos "ser mamás".
Qué alejados de la verdad y que juicios sin valor los que emiten. Si la felicidad tiene tantas caras y uno puede encontrarla en mil sitios diferentes, ¿por qué pensar que al elegir ser madres estamos renunciando a vivir?
Ser mamá no significa sacrificarse
En absoluto. Ser mamá no significa “sacrificarse” por los hijos, renunciar a todo y olvidarnos de nosotras.
Ser mamá es simplemente cambiar de intereses; posponer por un momento algún sueño, acompañar y caminar al mismo pequeño paso que nuestro hijito: establecer prioridades.
Ser mamá es simplemente cambiar de intereses; posponer por un momento algún sueño, acompañar y caminar al mismo pequeño paso que nuestro hijito: establecer prioridades.
Y es que, apenas nos anuncian el embarazo, nuestra vida cambia. ¡¡De repente tenemos que elegir tantas cosas!! La diferencia es que poco a poco elegimos en función de la felicidad de nuestros hijos que es lo que de verdad hace felices a las madres. ¿No es esa la razón de las plegarias maternales en todos los confines del planeta? “sólo quiero que sea feliz”...
Ser mamá no es "sacrificarse" sino hacer un ejercicio diario de paciencia; desde el primer día: con los malestares que dan cuenta de nuestro estado, con la espera interminable del último mes de embarazo, con el momento del parto cuando se alarga, con las visitas, los primeros llantos del bebé y las mil y una noches sin dormir.
Ser mamá no es fácil. Y aunque al principio parezca eterna, la infancia no dura para siempre. Los momentos al lado del hijito son únicos, irrepetibles, NUESTROS. No vuelven nunca más, y se viven de una forma diferente con cada hijo.
Y minuto a minuto ese hijito es un poco menos bebé y –y menos nuestro- vamos recuperando las noches, los ratitos de "spa" en casa, las horas en la oficina, el cine con la pareja. Cuando nos damos cuenta, ese pedacito ha crecido, tiene ya su propia vida y no cabemos en todos sus planes.
Es entonces cuando nos damos cuenta de que ha sido un simple paréntesis y jamás hemos dejado de ser nosotras mismas; pero que además de ser mujeres/amantes/amigas/trabajadoras, nos encanta ser mamás.