A mis mamás de Entre Mamás,
y a todas las que me ofrecen un pedacito de su vida
Hace dos días regresaba a casa muy tarde, después de haberme reunido con otras mujeres que están en la búsqueda de un parto respetado. En ese andar, tuve tiempo de reflexionar y de responder a mi propia pregunta ¿Por qué hago esto? ¿Por qué vuelvo a casa a estas horas sin ningún remordimiento?
Éste es mi objetivo vital. Aquí lo explico.
La maternidad te cambia. Cada maternidad te cambia.
Cuando nació mi primera hija, desperté a un mundo nuevo. Abrí los ojos a la aventura de ser madre. Lo hice de forma instintiva y fui aprendiendo, investigando, recolectando conocimientos, consejos, lecturas... en mi propio beneficio. Sólo importaba mi bebé. Mi mundo era pequeño.
Pensaba que con eso bastaba. Me sentía responsable de aprender y de ser "buena madre" para ella. Y así, fui altiva con otras madres, pensando que seguramente yo lo hacía mejor que todas porque leía e intentaba tener una maternidad consciente.
Mi hija mayor me dio la luz para seguir ese camino y fue relativamente fácil criarla. De forma institiva la estreché en mi pecho y caminé, prácticamente sin problemas ni obstáculos. El camino fue llano. Aún ahora, lo es.
Por eso, cuando se anunció Piojilla yo iba de lista por la vida. Pensando en el maravilloso parto que tendría porque era una mujer informada. Juzgando a otras madres ("pobres... que no lo ven") por querer partos medicalizados, por vivir crianzas tradicionales.
Y entonces, llegó ella. Barrió con todos mis esquemas; destrozó el "saber" que había acumulado durante los años previos. Me llené de miedos y de dudas.
Su sola llegada al mundo fue una lección de humildad. Piojilla no nació en un parto bonito. Lloré -todavía lloro- el parto que no fue y el nacimiento que no pude darle. Aunque ya no me culpe, es una herida que duele y queda
Y pasaron los días. Y la lactancia se hizo dura y frustrante. No me valía todo lo que sabía; me sentí sola. Mis creencias, mi filosofía de vida, la confianza en mi capacidad maternal se vieron amenazadas una y otra vez por el sistema. Nada encajaba.
Así que volví a hacer búsquedas desesperadas tratando de encontrar madres comprensivas. Comencé a dedicar mi tiempo a asistir a grupos de mujeres maravillosas y conocí gente extraordinaria que supo darme consuelo y me ayudó a dar respuestas a mis fracasos. Las encontré. Piojilla fue mi guía.
Han pasado cinco años. A cada paso que doy, Piojilla me da una lección de vida. No me ofrece la maternidad dulce y serena que me regala mi otra hija.
Hace temblar mis teorías, me enseña a diario que nada es blanco o negro.
Con su presencia pequeñita me ha ayudado a bajar la cabeza y aceptar que no lo sé todo, que queda un mundo por descubrir. Y a ofrecer a otras madres aquello que hoy conozco.
Piojilla me ha permitido echar el ancla y entender el verdadero sentido de criar en el apego. Me deja cuestionarme y mirar mi interior una y otra vez para encontrar la respuesta. Me prepara para callar cuando debo, para no juzgar cuando no comparto las decisiones de otras madres; para seguir leyendo, aprendiendo, ofreciendo lo aprendido; para amar, siempre.
Hoy he brindado por ella. Por volver a casa a las 10 de la noche satisfecha y plena de sentirme útil. Por estar reunida a diario con mis mamás queridas y sentir su abrazo, besar a sus hijos, compartir su vida.
Porque sé, que si mi hijita no hubiese llegado como llegó, aquella mañana de invierno... si no hubiese sido todo tan difícil como fue, mi vida sería otra y yo no estaría aquí.
Feliz cumpleaños amor mío.