última salida, último día. |
Aquel 31 de julio a las 11 de la
mañana, llamé desesperada a Lola, la directora, porque no teníamos cole. Las
experiencias previas habían sido tan funestas que habíamos perdido la esperanza
de encontrar aquel sitio amoroso con el que soñábamos. La historia triste de
bebés “dejados” porque no hay más… la necesidad de trabajar y esa cosa extraña
que llaman conciliar y que en realidad es otra falacia. Inexistente. Yo no
quería seguir sacrificando a mi hijita… quería que fuese feliz. Y contándoselo a mi amiga nos recomendó aquel cole
pequeñito del que solo se sabía por el “boca a boca”. Ve a ver a Lola. Dile que vas de
mi parte. Y fui.
Llegué sudando como un pollo, caminando
desde mi oficina en Príncipe de Vergara a aquel chalecito en Alfonso XIII bajo
ese sol juliano. Determinada a inscribir a mi pequeña de dos años en el cole
recomendado. A mí no me hacía falta saber nada más que el hecho de que mi amiga
querida tuviese a sus hijos allí; la entrevista me parecía lo de menos. ¿Hay
plaza? Lola trató de disuadirme de mi
inminente visita... Pero yo soy muy tozuda y allí me presenté a medio día. Ahora
sé que me salté todos los protocolos y que fue una cosa del azar encontrarla disponible
de un momento al otro el último día de julio.
En septiembre ya era nuestro cole. Y una profe amorosa y preciosa nos recibió. ¿Sabes ese tipo de persona
que cuando habla cantan los pajaritos? Al más puro estilo Blanca Nieves (de la
cual se disfrazó un carnaval y le quedó clavado…). Piojilla nos contaba con detalle todo cuánto
se hacía en la casita. A lo mejor recuerde que aquel año el día de su cumple cada niño llevó una flor y le hicimos un ramillete de flores... Hicimos nuestro ese cole y fuimos felices para siempre.
Y de repente, adiós. Porque se ha
hecho mayor y los 12 años marcan la nueva etapa y nos toca dejar sitio a los
siguientes. Lloro.
Lloro de pena, pero también de
alegría. Este estar triste-feliz que sé que entenderá el que me lea. Pena por
tantos recuerdos maravillosos que quedarán atrás y alegría porque nadie nos
quita lo bailado. Porque no solo fue un acierto con la pequeña piojilla. El cole
nos dio luz a todos.
Es imposible resumir lo que este
colegio significa en nuestras vidas. Cuánto le debemos, cuánto se ha tejido en
ese patio chiquitín. Todo lo que cada maestra, cada profesor ha dejado como
huella en estos niños que hoy se van. Lo bien amueblados, lo centrados, lo
preparados que van a enfrentar el siguiente paso.
El cole. Nuestro cole, ese lugar que huele a casa y con cuya comida es imposible competir, en el que mis hijos
son tan inmensamente felices: es un pilar importantísimo de nuestra familia.
Nos ha sostenido de tantas formas, tantas veces (y las que quedan…). He visto crecer
a mi hija mediana en un hogar en el que se siente querida y apreciada. Donde la
conocen y conoce a todos, donde desde que entra es bien recibida, saludada por
Ana, con la sonrisa eterna: la polivalencia hecha persona, que lo mismo prepara
recibos que limpia mocos, cura heridas, cura corazones.
Mi mediana siente que es una
persona importante porque desde siempre es lo que ha aprendido: Todos somos
válidos. Unos para una cosa y otros para otra.
He compartido muchas cosas lindas
con las profes (Y Jaime) en estos años. Les he visto hacerse madres y padres,
he visto crecer a sus hijos, he sido testigo de cambios transcendentales en sus
vidas, de tomar otro rumbo cuando ha sido el caso. Ellos han visto crecer a esta pequeña, que
empezó tímida y ahora se come el mundo. Ya me lo decía Isa, mi amiga y
profesora de Tigres en aquel entonces (la clase de 3 años) a la que quiero
tanto y con cuyo estilo loco y canario me sentí tan identificada desde el
primer día: “cuando estén preparados” y el mantra del cole suena en mi cabeza
una y otra vez, porque no hay niño que no llegue. Todo a su tiempo.
En el cole las cosas importantes
no se ven, no son tangibles. Están en pequeñas cosas, como cuando actúan unos
para los otros, en la máxima sencillez pero impecables. Cada uno en su papel de
pirata, gato, gusanito o lo que toque. Haciendo sus propios trajes y ayudándose
unos a otros. O en los "mil cambios de look" que tiene el pequeño hall de la entrada. O en el cartel de la
puerta, que tuve la brillante idea de querer cambiar (Gracias Clara por abrirme
los ojos y decirme que tú no participarías de ese crimen...) y que pone “Secundaria”, de aquellos tiempos en los que existía EGB…
porque es parte de su alma y el cartel es mucho menos importante que ir a la
granja, tener unos viajes maravillosos y buena comida. Lo que hace grande a este cole es su equipo. Los que estamos dentro
sabemos lo que hay.
Hoy decimos adiós a una etapa
preciosa en la que hemos recibido muchísimo más de lo que hemos podido dar. Creo
que nuestros pequeños no se dan cuenta todavía. Están en esa fase en la que
tienen la patita dentro… y seguramente no será hasta septiembre, cuando las
puertas de la jungla se abran para ellos, que echarán de menos este oasis. A mí
no me da miedo. Piojilla ha recibido tantos y tan buenos recursos en estos años
que sé que lo va a hacer de maravilla. Ha sido un privilegio. De verdad.
Y nada más… Gracias Cole. Gracias
Lola por este regalo. Han sido diez años estupendos.
Y si eres una madre y me lees: no
lo dudes. Si estás buscando todo lo que yo he encontrado… Ve a ver a Lola. Dile que vas de mi parte.