Hace tiempo que no escribo... y me he dado cuenta de que tengo mucho que contar, pero en realidad pasan varias cosas. Por un lado, lo saturados que estamos en todas partes con consejos para todo. Me sorprende muchísimo la explosión de gurús, dando recetas de crianzas perfectas y contando cómo han de criarse a los hijos cuando aún sus propios vástagos no pasan de los 6 años. El "llame ya!!" de tanta oferta, descuento y dos por uno... me agobia infinitamente. Yo me encuentro en un punto en el que solo tengo dudas y aquello que me funcionaba con un hijo, al otro le resulta el horror... y viceversa. Llevo 23 años criando y solo sé que no sé nada.
Por otro lado, en mi casa pasan cosas. Tengo tres hijos a los que les suceden historias varias y que podría desgranar una a una. Pero ocurre que hace tiempo empecé a reflexionar sobre cuánto de esas historias me pertenece y el derecho que tengo yo a contarlas. Podría hacer perfectamente un libro de anécdotas y pretender ofrecer algo a los padres/madres que me leyesen, que encima me gusta tanto escribir... pero creo que tendría que pasar primero por el visto bueno de los dueños de esas historias. Así lo haré y este año prometo escribir más y contar con mis colaboradores.
Esto viene a cuento que hará unos cinco años, un día sucedió que mi hija mayor me pidió expresamente que no subiese ninguna foto suya a mis redes (privadas, en las públicas no lo hago) sin su permiso... Ella tenía que ver qué foto era y estar de acuerdo. Eso me hizo dar cuenta de que para ellos su imagen también es importante y desde luego, les pertenece. Nos pensamos que los hijos son nuestros y actuamos cual dueños... Desde entonces tengo mucho cuidado y solo subo algo en mi reducísima red personal cuando todos dan su Ok, se ven guapos así mismos y les parece bien.
Podría contar mil cosas porque vivo a tres velocidades. Mis hijos: 6 años el pequeño, casi 13 la mediana y 23 la mayor, dan mucho juego. La misma pregunta puede tener respuestas distintas en función del que cuestiona... Y esto me obliga a tener el cerebro compartimentado en tres momentos... acomodando conceptos, apoyando a cada uno en su parte del camino y equivocándome de tres maneras distintas según el hijo que toque.
Vivir a tres velocidades es cansado (y ni hablar de planificar una actividad que les encaje perfectamente a los tres, llámese ir al cine u organizar un viaje) pero también muy enriquecedor. Haber sido madre con tantos años de diferencia (y experiencia) sin lugar a dudas me hacen ser y ejercer de forma distinta; especialmente con el pequeño. Aquello que solo sospechaba con la primera y me salía por instinto, que confirmé con la mediana no sin dudar mil veces, se ha convertido en certeza con este tercero y es la prueba empírica en mi piel, de todo aquello que en los años anteriores leí y estudié.
Vivir a tres velocidades significa que tengo 20 años criando y me quedan otros 20. Que me quedan lejos los fulares, pañalitos y patucos... o cerca, según se mire: podría ser abuela en cualquier momento a una edad en las que algunas mujeres están esperando su primer hijo. (Qué alegría sería!)
Vivir a tres velocidades es enseñar a leer al pequeño, divertirme con las primeras experiencias en la secundaria de la mediana, escuchar los planes de futuro -tan cercano- de la mayor, que ya es adulta. Es llorar de emoción por cosas diferentes: como cuando mi hijo me regala piedras del camino, preparamos el regalo de la mediana por su primera regla o la mayor se va de vacaciones con su novio al otro lado del mundo. Pelear y enfadarme con ellos de cosas muy dispares.
En unos días, mi hija mayor hará el viaje de su vida... seleccionada entre unos cientos de participantes, rumbo a una universidad en Estados Unidos. Lejos han quedado las ropitas de su primera puesta, nuestros momentos de teta, su primer día de cole, su primer beso. Durante estos años me he preparado para este día y ahora tengo vértigo. Sé que lo hará estupendamente pero no dejo de pensar en el tiempo transcurrido. Qué pena no poder volver atrás y hacerlo mejor.
Pero aunque ya no pueda volver atrás con ella, vivir a tres velocidades es el regalo que esta hija les ha hecho a sus hermanos para que yo intente ser mejor madre aunque me siga equivocando. Para que vaya con más calma, saboreando cada instante y no acelerando ni soñando con "el día en el que se hagan mayores" porque ahora sé lo rápido que ese día llega. Que pueda atesorar tantos momentos maravillosos (y también de los otros) porque como mi amiga Irene GP "tengo una memoria horrible y me acuerdo de todo".
Vivir a tres velocidades es la oportunidad que me ha dado la vida para verme en esos espejos que son mis hijos. Que ya no me de miedo envejecer y que solo quiero vida para verles felices y encaminados. Que por fin tengo la seguridad de que el día en el que decidí que esta era mi prioridad, no me equivoqué y que en los siguientes 20 años seré igual de feliz terminando de criar a los que quedan.
Vivo a tres velocidades porque soy madre de tres hijos únicos.
Esto viene a cuento que hará unos cinco años, un día sucedió que mi hija mayor me pidió expresamente que no subiese ninguna foto suya a mis redes (privadas, en las públicas no lo hago) sin su permiso... Ella tenía que ver qué foto era y estar de acuerdo. Eso me hizo dar cuenta de que para ellos su imagen también es importante y desde luego, les pertenece. Nos pensamos que los hijos son nuestros y actuamos cual dueños... Desde entonces tengo mucho cuidado y solo subo algo en mi reducísima red personal cuando todos dan su Ok, se ven guapos así mismos y les parece bien.
Podría contar mil cosas porque vivo a tres velocidades. Mis hijos: 6 años el pequeño, casi 13 la mediana y 23 la mayor, dan mucho juego. La misma pregunta puede tener respuestas distintas en función del que cuestiona... Y esto me obliga a tener el cerebro compartimentado en tres momentos... acomodando conceptos, apoyando a cada uno en su parte del camino y equivocándome de tres maneras distintas según el hijo que toque.
Vivir a tres velocidades es cansado (y ni hablar de planificar una actividad que les encaje perfectamente a los tres, llámese ir al cine u organizar un viaje) pero también muy enriquecedor. Haber sido madre con tantos años de diferencia (y experiencia) sin lugar a dudas me hacen ser y ejercer de forma distinta; especialmente con el pequeño. Aquello que solo sospechaba con la primera y me salía por instinto, que confirmé con la mediana no sin dudar mil veces, se ha convertido en certeza con este tercero y es la prueba empírica en mi piel, de todo aquello que en los años anteriores leí y estudié.
Vivir a tres velocidades significa que tengo 20 años criando y me quedan otros 20. Que me quedan lejos los fulares, pañalitos y patucos... o cerca, según se mire: podría ser abuela en cualquier momento a una edad en las que algunas mujeres están esperando su primer hijo. (Qué alegría sería!)
Vivir a tres velocidades es enseñar a leer al pequeño, divertirme con las primeras experiencias en la secundaria de la mediana, escuchar los planes de futuro -tan cercano- de la mayor, que ya es adulta. Es llorar de emoción por cosas diferentes: como cuando mi hijo me regala piedras del camino, preparamos el regalo de la mediana por su primera regla o la mayor se va de vacaciones con su novio al otro lado del mundo. Pelear y enfadarme con ellos de cosas muy dispares.
En unos días, mi hija mayor hará el viaje de su vida... seleccionada entre unos cientos de participantes, rumbo a una universidad en Estados Unidos. Lejos han quedado las ropitas de su primera puesta, nuestros momentos de teta, su primer día de cole, su primer beso. Durante estos años me he preparado para este día y ahora tengo vértigo. Sé que lo hará estupendamente pero no dejo de pensar en el tiempo transcurrido. Qué pena no poder volver atrás y hacerlo mejor.
Pero aunque ya no pueda volver atrás con ella, vivir a tres velocidades es el regalo que esta hija les ha hecho a sus hermanos para que yo intente ser mejor madre aunque me siga equivocando. Para que vaya con más calma, saboreando cada instante y no acelerando ni soñando con "el día en el que se hagan mayores" porque ahora sé lo rápido que ese día llega. Que pueda atesorar tantos momentos maravillosos (y también de los otros) porque como mi amiga Irene GP "tengo una memoria horrible y me acuerdo de todo".
Vivir a tres velocidades es la oportunidad que me ha dado la vida para verme en esos espejos que son mis hijos. Que ya no me de miedo envejecer y que solo quiero vida para verles felices y encaminados. Que por fin tengo la seguridad de que el día en el que decidí que esta era mi prioridad, no me equivoqué y que en los siguientes 20 años seré igual de feliz terminando de criar a los que quedan.
Vivo a tres velocidades porque soy madre de tres hijos únicos.