Hoy no puedo parar de pensar en los hijitos que no están.
En que han dejado su huella para que pueda entender mejor el dolor que dejan -que me dejan, que nos dejan- sus pequeñas e inmensas ausencias. Para situarme en otras madres, para darles nombre de estrellas infinitas, y rezar.
Porque veo jugar a Piojilla, y no sé de dónde reuní valor para intentarlo otra vez. Llena de miedo. Aferrada al "pre-par" como si fuera un rosario... ese fármaco que ata la vida a tu cuerpo (o lo intenta), que desata tu corazón en mil latidos. Una pastillita que te hace galopar angustiosamente el pecho... dando saltos sin parar; relaja el útero dice. Acelera el alma, pienso. Y nada importa. Todo es preferible a la contracción continua y a destiempo que anuncia el final.
La dulce espera... no la conozco. Sólo embarazos agitados y revueltos. Que me dejan magullada por dentro. Estómago que no tolera nada... sueño interrumpido, útero incansable. ¿Cómo volver a intentar?
Mis luceros perdidos vinieron para irse. Para hacerme saber. Para conocer de cerca la felicidad y luego la inmediata tristeza. Flores de dos meses que dejaron sabores inconclusos y recuerdos para siempre. Miles de preguntas y la sensación de "no poder", de que algo no estaba bien.
Nada te prepara para ser madre. Pero nada, realmente nada, te prepara para la pérdida. Y cuando la tripa ni se nota, cuando la semilla es incipiente... ni siquiera tienes derecho a quejarte. "Eres tan joven... vendrán otros". Pero no vendrá el mismo. Nunca. Nunca más.
No leerán los diarios que empecé. Hice un diario a mis hijitos. Comencé a escribir cuando me descubrí embarazada de mi primera bebé. Lo titulé "Diario de abordo" y conservo ese texto como una joya. Ella lo ha leído muchas veces... aunque no sé si de verdad entiende todo lo que quise decirle.
Y así otra vez y otra. Empezar y dejar a medias. Recuerdo con tristeza que alguien me dijo que eso no era bueno... fue la misma persona que cuando me vio planchando, casi a escondidas, las pequeñas ropitas de mi hija mayor -para el que vendría- me dijo que eso traía mala suerte. Cosas de viejas. Casualidades malditas.
Piojilla no tuvo diario ni heredó la ropa de su hermana. Me dio miedo empezar la historia y tener que dejarla sin terminar. Y sólo cuando ya había nacido resolví retomar el gusto de escribir y comencé el primer blog, que ya no existe.
Busqué respuestas. Claro que las busqué. Y creo que a pesar de estar allí, delante de mis ojos siempre, no hubiera sido capaz de verlas sin hacer otros caminos. ¿Las habré encontrado? Quizá. Soy hipotiroidea desde hace muchos años. Pero no ha sido hasta hace seis que he atado cabos y elucubrado posibles causas. Quiero pensar que ha sido así... y que ha sido mi tiroides la que cortó los hilos de esas cometas que volaron al cielo... y que tal vez, si tuviera otro, no tendría que pasar por esto de nuevo. No me atrevo.
De vuelta de la presentación en Madrid del libro Las Voces Olvidadas, muero de frío mientras espero el bus. Recuerdo todo como si fuera ayer y han pasado tantos años! Siento todavía la sangre brotar mientras se escapaba la vida. Sin poder retenerla... sin despedidas. Aterrada por no ir a un hospital y más aterrada al pensar en tener que ir. Y el dolor: El dolor de cuerpo que casi no significaba nada frente al dolor de corazón. Mis lágrimas ocultas. La soledad y el silencio.
Lloro.