Nevaba. A lo mejor como señal de lo que después vendría. Del tsunami emocional. De la catarsis. De la metamorfosis.
Mi único rayo de sol en esa mañana gris y fría. Viniste a cambiarlo todo y todavía no soy capaz de perdonarme nuestro primer encuentro. Cuando te vi y no te encontré mía. Por favor que no me vuelvan a decir que si te informas, decides. Es un insulto.
Creo que no he vivido más puerperios que este; suplicando que no llores. Sola entre tanta gente. No servía saber.
Te abracé fuerte y me dejé llevar. Y me llevaste a descubrir otras maternidades. Los tantos lados oscuros con los que en los diez años anteriores no me había topado. Los que ni siquiera sospechaba que existían.
Abracé a otras madres con historias como la mía. Abracé a otras madres con historias más tristes. Abracé a madres sin niño.
Se me abrieron los ojos y no pude cerrarlos más.
Lloro pequeña. Por todo lo que no pude darte y en cambio, mira todo lo que me has regalado. A mí y a tantas.
Diez años, maestra. Te amo.
Estoy convencida de que nacemos dos veces. La primera, hacia los brazos de nuestras madres. La segunda, hacia los brazos de nuestros hijos. Nadie nos dice que nuestra vida nunca más será la misma y tampoco es posible adivinar cuán grande puede ser el amor ni el inmenso poder que tiene el instinto... Cuando somos madres, comenzamos a nacer... (C. Pariente)
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jueves, 25 de febrero de 2016
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