Pepita ha sido mamá. El pequeñín ya casi tiene un año y las dificultades de aquellos primeros meses de crianza, parecen haber quedado atrás. Todo el mundo pregunta qué tal y ella contesta que bien. La vida debería sonreír cuando su hijito sonríe, pero no es así. Pepita ha sido mamá pero no ha dejado nunca de ser mujer y hay una sombra que empaña su alegría.
Pepita tiene un secreto. No le había dicho a nadie que durante mucho tiempo le ardía “ahí” y que poco a poco se fue resignando a sentir la piel tirante. Por lo menos es mucho mejor que desgarrarse, le habían dicho. Y no había escuchado quejarse nunca a sus amigas. Será lo normal, pensaba.
Pepita no ha podido olvidar “ese cortecito de nada”, esos “5 puntos nada más”. Le duele; le tira; le arde. El otro día, se animó a tocar el dolor y le sorprendió su textura rugosa, que antes ella recordaba lisa. Y es que hace poco fue a una revisión y preguntó qué le pasaba. “Eres de las que no cicatrizan bien”, le dijeron. Ya no volvió a preguntar nada.
Pepita ve la tele y sale un anuncio de compresas para la incontinencia. Antes no le hubiera prestado atención. Ahora interrumpe su merienda y para las orejas. Las chicas que las recomiendan deben tener su misma edad, así que será lo normal usarlas, piensa.
Cuando Pepito, su marido, llega a casa, Pepita empieza a pensar de qué forma podrá escabullirse esta noche. Y es que hacer el amor ya no es como antes. No es sólo el dolor lo que incomoda, sino el miedo. Pepita ha perdido una parte importante de su ser con ese corte: su autoestima… ya no se reconoce. Sufre.
……
A veces las lágrimas de las mamás que llegan a mi casa, no son fruto de esa lactancia que no funciona, de esa maternidad borrascosa que no se parece en nada a la de las revistas. A veces – demasiadas veces- las lágrimas esconden un mal parto. Esconden la pena de no haber logrado el día soñado… de haberse sentido “cosas” en el paritorio. Nadie pregunta, nadie nos ve. Y después de toda una cadena de “técnicas interminables”, Cortan.
Recuerdo mi propia episiotomía como un periodo de invalidez. No de 40 días… sino de meses y meses. Dolía amar, molestaba al caminar, al sentarme, al ir al baño. Y me preguntaba constantemente, hasta cuando. Y puedo comparar, porque también tuve un desgarro en otro parto. Pero tengo que ser sincera: Me acuerdo menos de él, porque no me dolía tanto y porque curó enseguida. Volví a ser la misma.
Recuerdo mi propia episiotomía como un periodo de invalidez. No de 40 días… sino de meses y meses. Dolía amar, molestaba al caminar, al sentarme, al ir al baño. Y me preguntaba constantemente, hasta cuando. Y puedo comparar, porque también tuve un desgarro en otro parto. Pero tengo que ser sincera: Me acuerdo menos de él, porque no me dolía tanto y porque curó enseguida. Volví a ser la misma.
Me pregunto por qué callamos. Por qué ocultamos nuestra pena y nuestro dolor. Por qué nos cortan por rutina y porqué somos incapaces de reclamar ante la mutilación. Por qué nos cuesta, después de haberla sufrido, reencontrarnos con nuestro periné, reconocernos y volvernos a querer. Y desde aquí grito: para que no permitamos el cortecito por sistema, para salir del armario y enfrentar nuestro miedo y nuestra tristeza, para acompañarnos mutuamente y que se nos oiga.
¿Quiere Ud, cortar, señor? Le doy ideas…
Viñeta: La rata gris.