Un comienzo furioso...
Hice otra llamada. Esta vez a una amiga querida. Le conté la situación, muy nerviosa... en realidad no pretendía que me dé soluciones, sino escucharme a mí misma decir en voz alta lo que estaba pasando. Necesita sentir esa voz amiga. No podía creérmelo... ¿Qué hacía? ¿Llamaba a otro profesional? ¿Me iba directamente al hospital? Hacía unos días leía el parto de mi amiga Nuria, en el que contaba los miedos que tenía: no fueron miedos a que algo fuese mal durante el parto, sino miedo a que cualquier cosa me impidiese parir tranquila en casa y nos hiciese ir al hospital...
Esos eran mis miedos también. Se estaban haciendo reales.
Las contracciones se hacían más intensas, más largas, más frecuentes. Después de hablar con mi amiga tenía claro lo que haría. Nada me impediría parir como soñaba...
La hora había avanzado y llegó la doula del equipo. Escuchó mi enfado pacientemente, apoyando cada una de mis decisiones. Tengo que agradecerle desde aquí lo excelente profesional que es. Quienes me conocen, saben que no tengo precisamente buen carácter y estas circunstancias estaba muy pero que muy enfadada. Paca, la doula, aguantó estoicamente toda mi mala leche y acompañó el momento con amor.
Un parto a lo "Margareth Tatcher"
Las contracciones seguían. No eran dolorosas, pero sí molestas. En cada descanso yo dictaba órdenes: pon esto aquí, trae lo otro. No tenemos esto, prepara aquello. Caminaba de un lado a otro pensando en todo aquello que faltaba. Preparé una mochila con cosas para el hospital, escribí un par de cosas para que no se me olvidaran, intenté hasta ir a limpiar Entre Mamás, pensando que me quedaba mucho... pero había tantas cosas sin hacer que finalmente preferí quedarme casa a esperar que llegase la nueva matrona. Mientras hacía todo esto, protestaba: "esto no es normal".
En poco menos de una hora me cargué todos los esterotipos de parto en casa. No quería música ni luces bajas. Ordené que se encendiesen todas las luces y que se bajaran las persianas. No porque me molestase la luz del día que empezaba, sino porque no tenemos puestas las cortinas. Nunca entré en el "planeta parto", ni desconecté de nada. Pero eso no me sorprendió en absoluto porque sabía que "esa era yo". No me iba a volver zen de repente. Totalmente cerebral, lo único que hacía era abrir un poco las piernas y apoyarme en algo cada que vez que llegaba la contracción, respirar y seguir andando por mi salón lleno de cajas, diciendo a cada uno lo que faltaba por hacer y cómo hacerlo durante los descansos. Si la situación no hubiera sido real, hubiese parecido una comedia americana...
Me molestaba el ruido infinitamente y cuando escuché inflar la pelota de parto, mandé callar ese ruido-horror que en ese momento me parecía que era como de cadenas herrumbrosas. "No quiero ninguna pelota". Cada vez que tenía una contracción me quedaba quieta y con los ojos cerrados, intentando relajar el útero. No había dolor, pero si era muy molesto y estaba tan enfadada que era incapaz de pensar en olas marinas o pajaritos volando. En ese momento, si alguien me tocaba me invadía una furia infinita y le ordenaba que no me tocase. Como cuando los perros están comiendo y si te acercas, gruñen y enseñan los dientes.... igual. Aunque mi hija me cuenta que visto el cuadro ahora mismo, era "divertido", en ese momento ella pensaba "que pena... tanto esfuerzo para esto". Yo, me sentía dueña absoluta de la situación, furiosa sí... pero en control.
El poder de la palabra
Así estábamos y ya eran las nueve. Cada cierto tiempo preguntaba si faltaba mucho para que llegara la nueva matrona. Siempre la misma respuesta "no, ya está cerca". Tenía a mi hija y a Paca apuntando en un papelito los minutos exactos de cada contracción y lo que duraba el descanso. De repente una contracción me obligó a sentarme. Me dolió. Hasta ese momento todo había sido llevadero y relativamente normal para lo que yo esperaba (he de decir que no aguanto ningún tipo de dolor... soy muy quejica y esta contracción me pilló desprevenida). Inmediatamente pensé "me duele porque tengo miedo. El miedo hace al dolor..." y se lo dije a Paca:
Paca, así no voy a poder. Esta contracción me ha dolido. Y me duele porque tengo miedo. Si no tuviera miedo no me dolería nada. Necesito una matrona aquí y ahora.
Por un momento, en esas dos contracciones horribles, sentí que lo había perdido todo... que se había torcido todo de tal forma que ya no había vuelta atrás. Se iban al garete mis sueños. Entonces, Paca con inmensa tranquilidad me dijo:
Claro que vas a poder. No necesitas a nadie. Vas a parir tú. Es tu parto.
Esas palabras, tan ciertas, tan mil veces repetidas a otras mujeres como dogma de fe, fueron bálsamo. Sentí la fuerza de mil mujeres en mí. Recordé la noche anterior. Los testimonios, las reuniones, las amigas, los abrazos, mi primer parto, el nacimiento de Piojilla que lo cambió todo. Como cuando estás a punto de morir y dicen que pasa la vida por tus ojos... El chip me cambió por completo.
Era todo lo que necesitaba para recuperar el poder y la fuerza. En ese momento pensé. Si, claro que voy a parir. Es mi parto coño. Nada va a arrebatármelo... y el timbre sonó.
La siguiente contracción volvió a ser llevadera. Recuerdo haber caminado hasta el pasillo para abrir la puerta del edificio, pero mi hija ya se había adelantado. Volví sobre mis pasos para abrir la puerta del piso. Mi amado estaba detrás de mí como una sombra. Dejé la puerta entreabierta y a continuación me apoyé en los brazos de mi marido. Nunca he sentido tanta protección. Y de repente la sensación de pujo estaba allí...
"Ya no vamos a ir a ninguna parte. Ya no hay tiempo" le dije. Y como si fuera un dèjá vu, la orden: Cariño: quítame los pantalones... quítame todo.
Me desvistieron entre Paca y él, amorosa pero rápidamente. Y entró Aythami. Como una mariposa. Suave. Cálida. Tranquila. Delicada. cuando la vi, pensé que era casi de la edad de mi hija de lo dulce que se la veía, pero a los dos días supe su edad y sus años de experiencia... Sus ojos claros y tranquilos me hicieron sentir bien y confié. "Hazme un tacto, quiero saber cómo voy".
A pesar de la sensación de pujo anterior, no sé por qué pensaba que me faltaba un buen rato para estar en completa. Por eso, cuando me dijo:
"Claudia, estás en completa"... mi sensación fue de incredulidad absoluta.
- ¿De verdad? dímelo otra vez? En serio?
- ¡De verdad! (sonriendo siempre).
Fuera del estrés vivido, había sido todo tan fácil y rápido... no me lo creía. En ese momento, Popeye hubiera parecido a mi lado un alfeñique. Sonreía feliz. ¡¡Hija!! ¡¡sácame una foto!! Y sonreí para mi foto. Piojilla se había despertado, como siempre cuentan las madres que dan a luz en casa. Que hasta el expulsivo, los niños no se enteran de nada.
Pasaron 4 minutos antes de la siguiente contracción. No siento nada, le dije a Aythami. "No te preocupes, tu cuerpo te da un descanso. Cuando tu quieras, estamos listas..."
Me dio tiempo a agradecerle a Aythami su presencia, a disculparme con Paca que había pagado mi mal humor sin ser culpable, a hacerme la foto, a apoyarme en mi amor y pedir que le trajesen un banquito para que pueda sentarse, a decirle a Piojilla que volviese a la cama y que le llamaríamos ahora mismo, a decirle a mi hija mayor que trajese la toalla roja para recibir al bebé... a pensar en todas las mujeres que estaban a mi lado en ese momento.
Y sentí mi vagina abrirse. Mi bebé descender... Un pujo que hizo mi cuerpo solo, sin que nadie hablase, sin que nadie interrumpiese, solo el silencio y el sonido de mi voz acompañando el momento. Luego, un micro segundo de ardor en el que en vez de pensar "me muero, me parto en dos" como leí tantas veces, pensé con toda la felicidad del mundo: "¡¡¡estoy pariendo!!!" y entonces otro pujo espontáneo sacó de su pequeña casa a mi bebé... y nació. Sólo fueron seis minutos de expulsivo y lo sé, porque entre foto y foto (tomadas por una emocionadísima hija-doula) sólo hay esa diferencia. Lo recibió Aythami y me lo dio rápidamente .. Piojillo estaba aquí. Todo eran risas y felicidad. Lágrimas emocionadas.
Antes de alumbrar la placenta me hice un vídeo dando las gracias a las mujeres que una noche antes me habían abrazado tanto, allí mismo y desde la distancia. Tomé cuatro vasos de zumo de naranja y brindé por todas.
Mi parto no fue como yo había planificado. Pero, sin lugar a dudas, fue como yo quería. Fui dueña de mis decisiones, de mi cuerpo, de cada instante... desde el enfado, desde la calma, incluso cuando pensé que se había perdido todo. Estuve acompañada por quien amo. Acompañada por las mujeres que me rodean a diario y que en estos siete años me han enseñado tanto.
El parto fue mío. Fue de todas.
Antes de alumbrar la placenta me hice un vídeo dando las gracias a las mujeres que una noche antes me habían abrazado tanto, allí mismo y desde la distancia. Tomé cuatro vasos de zumo de naranja y brindé por todas.
Mi parto no fue como yo había planificado. Pero, sin lugar a dudas, fue como yo quería. Fui dueña de mis decisiones, de mi cuerpo, de cada instante... desde el enfado, desde la calma, incluso cuando pensé que se había perdido todo. Estuve acompañada por quien amo. Acompañada por las mujeres que me rodean a diario y que en estos siete años me han enseñado tanto.
El parto fue mío. Fue de todas.
Minutos después |