Ingerimos partos. Casi sin querer. A la hora de la cena o cuando vamos a desayunar. Los vemos al lado de nuestros hijos e hijas. Sin censura previa. Entre garbanzo y noticiero.
La televisión, el cine, la publicidad, las revistas, nos bombardean con dosis de "normalidad" a diario. Se normalizan los puntos que deben darnos, lo quietas que tenemos que estar, trapos azules y verdes.
Queremos ser "colaboradoras". Nada de gritar, que eso no es de señoras. Tumbadas desde luego. ¿Sino cómo?
Nos morimos de emoción viendo una y otra vez partos "normales". Bebés sanos y salvos a pesar de todo y madre invisible.
Se nos cae la lagrimita con los anuncios de seguros médicos. Vivimos como nuestros los partos de la tele; el primer bebé del año en medio de enfermeras y médicos comiéndose las uvas. Qué ilusión. Qué bonito todo.
Y parimos, claro. En partos educados. Cómo hemos visto siempre. Como hemos aprendido que es.
Que debe ser. "Lo normal".
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