Mi pequeño. Mi dulce amor, bebé
hecho de dulce y besos de azúcar. Cinco años que han volado y casi no puedo
creerlo. Como si hubiera sido un suspiro: cinco desde que viniste al mundo tal
y como tú eres. Fácil y tranquilo, llenándome de amor y poniendo cada pedacito
de mi alma vieja en el sitio en el que tiene que estar.
Tú, mi chiquito feliz. Siempre
conciliador y atento a los detalles… has crecido. Me entra una nostalgia infinita porque esta
vez sí es la última. Hace
algo más de dos meses te destetaste de los últimos sorbitos que quedaban de mi
leche de madre y dando unos besos a mi pecho vacío, despediste una de las
etapas más dulces de mi vida.
Ha desaparecido mi bebé y hoy le
digo adiós al acunarte, a alimentarte con mi cuerpo. Mi cuerpo, dador de vida
y de alimento vuelve a funcionar solo para mí y aunque de cierta forma es como
tiene que ser, es imposible no sentir tristeza por lo que nunca – nunca, nunca-
más será.
Justo ahora cuando las madres
cercanas anuncian su buena nueva, pariendo de nuevo a los cuarenta, a mí me
toca cerrar y dejar pasar. Y peor que eso… tener la certeza de que ya jamás más
estaremos tan cerca, que el hecho de que crezcas es perderte un poco cada día y
que no hay juez más implacable que los hijos.
Que ahora me llenas de besos y en
20 años a lo mejor ya ni me dices adiós al irte de paseo. Que seré una
espectadora desde el último anfiteatro. Porque así está diseñado todo y nadie
te advierte de ello. Y es profundamente doloroso.
Te quiero hijo. Gracias por esta
nueva perspectiva. Por ese regalo que fue tu llegada, sin anuncios y sin
trámites. Por sorprenderme tanto: desde el mismo día de aquel positivo que me
produjo asma ver y de aquel domingo cuando naciste casi sin avisar luego de un fiestón inolvidable. Por ser como eres, tierno y cariñoso conmigo, por
arrancarme sonrisas cuando estoy enfadada. Por decirme “siempre hay una
solución”.
Gracias hijo por hacerme sentir
madre. Feliz cumpleaños.
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