lunes, 25 de abril de 2011

De visita en Ojo de Agua

 "Lo único que interfiere con mi aprendizaje es mi educación"
A. Einstein.

He pasado los últimos días conociendo Ojo de Agua y creo que ya estoy arrepentida.

Detrás de "Reina"

Arrepentida porque, a pesar de conocer la filosofía, los objetivos, el espíritu del proyecto; haber visto hasta el cansancio las fotos que tienen colgadas; conocer el sitio, haber revisado el mapa de Alicante 20 veces, midiendo, distancias, analizando recorridos con el dedo por sus caminos imaginarios…. la realidad ha superado con creces todas mis expectativas. Ha sido revelador. Y no puedo dejar de pensar en ello… ¿Cómo hago ahora para sacarme Ojo de Agua de la cabeza?

El espacio maravilloso que es Ojo de Agua, situado a un kilómetro de Orba - Alicante, en medio de la naturaleza; lo pensado de cada detalle, el aire, la paz que se respira, el amor con el que se ve que está construida cada pequeña cosa, inspiran a quedarse allí. Para siempre.

Planifiqué esta visita a raíz de un post anterior en el que mi hija mayor escribió un texto sobre su “escuela ideal”. Entonces yo le dije que había un lugar, muy parecido a aquello que ella imaginaba. Y así, nos apuntamos al encuentro de familias organizado por Javier y Marien, en Ojo de Agua.

En el estanque
¿Qué es Ojo de Agua? Es difícil contestar a esta pregunta. Más bien habría que decir qué es lo que no es. Ojo de Agua no es un cole. Lo que no significa que en él no se aprenda. Es un espacio educativo libre, lúdico, en el que los niños deciden por sí mismos qué desean aprender, cómo y cuándo.

Antes de rasgarnos las vestiduras con este concepto, os invito a que repasemos nuestra infancia y nuestro pasar por el sistema educativo “normal”:

Crecemos en un colegio directivo en el que, nos apetezca o no, debemos cumplir con contenidos y deberes. No todos de nuestro agrado y mucho menos de nuestro interés.

Se nos atiborra con cientos de fechas, lecturas aburridas, datos y más datos cuyo objetivo principal no es el que se nos quede en la mente tanta sapiencia, sino el llenar de números (buenos números) un boletín que dará fe de aquello que supuestamente hemos retenido. Y ojo. Esto sólo de manera temporal. La mayoría de los niños han olvidado de un año al otro, aquello que supuestamente “aprendieron”.

Algo que me pregunto a diario es PARA QUÉ hacemos esta colección de contenidos innecesarios. Tengo que decir que tuve un colegio estupendo, y sin embargo, recuerdo que la primera vez que lo plantee seriamente fue a los 15 años, cuando mi profesor de matemáticas me daba un ultimátum. Mis calificaciones en esa materia habían sido de regulares a malas durante todo el año, y sólo quedaba un trimestre para salvar la asignatura; así que me citó para “conversar” sobre mi situación. Luego de escuchar atentamente sus razones, me atreví a decirle: Yo te entiendo perfectamente. Entiéndeme tú: No me gustan las matemáticas. Nunca me gustarán… y estoy segura de que jamás me servirán de nada todos estos cálculos tan complejos. Quiero ser periodista.

Aprobé la signatura por benevolencia y cansancio docente. No he vuelto a ver un vector (ni nada que se le parezca) en mi vida.

Mucha gente responderá: Por cultura general. Bien… yo desafío a cualquiera a que recite – como antaño – TODAS las capitales del mundo (que para estos años, algunas ya habrán cambiado…), la tabla periódica de elementos, los diferentes reinados de los Felipes, Luises y anexos, sin equivocarse.

Esta obviedad: el “aprender” para el examen que toca, (el repetir conceptos, memorizar, más bien, sin ton ni son) durante los 12 años que dura el colegio, y luego guardar en algún recóndito rincón de nuestra memoria estos contenidos insulsos, no sólo no tiene sentido, sino que nos limita la capacidad de investigar y crear por nosotros mismos conceptos nuevos, distintas formas de resolver los problemas que aparecen.

Hace unos años, pocos… quizá dos, salió en la tele un programa que dejaba esta cuestión a la vista. Me refiero al programa “¿Sabes más que un niño de primaria?” en el que algún famoso, o adulto competía contra niños de 10 años por dar (y en la mayoría de los casos, adivinar) las respuestas correctas a los contenidos que se preguntaban. Desde luego, los adultos se equivocaban. De hecho, el programa no hubiese funcionado si los adultos hubieran recordado o sabido aquellos contenidos de su infancia.

Entonces: ¿Para qué vamos al cole? O más bien ¿Para qué deberíamos ir al cole?

En un mundo como el que tenemos ahora mismo, en el que las respuestas están a un click y nunca mejor dicho, al alcance de los dedos; en el que las máquinas hacen por nosotros cálculos inmensos, almacenan información, fotos, música y toda clase de datos increíbles… ¿no será más importante que encontrar las soluciones, saber formular las preguntas?

Subestimamos a los hijos constantemente. Durante su infancia lo hacemos todo por ellos, decidimos y obramos asumiendo todas las consecuencias. No les dejamos que ejerzan su libertad y su pensamiento y luego pretendemos soltarlos solos, con 18 años aprox., hacia el “mundo real”, sin que lo hayan visto nunca de cerca.

Al estar en Ojo de Agua, escuchar a Javier y Marien, convencidos del camino que han elegido, apostando por este sueño hoy absolutamente tangible y real; al escuchar a mis hijas reír y compartir tareas con niños de todas las edades, con lluvia y con sol, disfrutando de cada hoja, de cada flor; el ver sus caras, su interés… me ha hecho sentir que es posible hacerlo de forma diferente.

Antes de volver a Madrid, terriblemente emocionada, les abrazo y agradezco por esta labor. Si el mundo tuviera a más personas que creyeran en sus sueños, tendríamos un mundo diferente.

No le digo adiós a nadie porque me duele el corazón. Me despido por casualidad de Asun, que deja su casa de Madrid para vivir en Orba y disfrutar de esta maravilla.  No puedo dejar de sentir admiración y envidia. Y ahora ¿qué voy a hacer? Es mi pregunta. Sé que este lugar es el ideal… que lo hemos buscando tanto. Lo tenemos ahí y no podemos alcanzarlo...

Miro por última vez la casa de madera que nos ha acogido estos días. Cierro la puerta del coche y lloro.




Más cosas:

Francesco Tonucci: La misión de la escuela...
Por fin libres - Sudbury Valley School




lunes, 18 de abril de 2011

Dejemos de hablar de parto natural

(Clau707, para El Parto es Nuestro)

Escucho con asombro que ciertos hospitales ofrecen dos tipos de parto: Protocolo A y Protocolo B. Y encima nos dicen alegremente, que el B es el “humanizado”. ¿El otro que es entonces? Parto extraterrestre? ¿Parto NO-humano?

Para mí, es exactamente igual que si me ofrecieran entre las opciones: aguantar en silencio Vs tener voz y voto.

En cambio, no me imagino a un profesional sanitario dando esta opción:

- ¿Quiere usted un parto natural o un parto artificial?
- ¿Cómo? ¿Puede repetir?
- Mire señora. Que tiene usted todas las papeletas para un parto normal. ¿Prefiere que le atendamos según el protocolo de atención al parto normal o desea un parto intervenido?

Creo que ni siquiera tendría que estar muy, muy informada nuestra hipotética señora, que con toda seguridad elegiría la opción B. A mí normal, por favor, que la última vez me intervinieron y no me gustó nada…

Ilustración: William Medeiros

Pero si en vez de “normal” cambiamos la palabra por natural… da la impresión de que lo normal es lo otro. Y que “natural” es un término de gente alternativa, poco menos que sectaria, que lo que quiere es parir en medio de la naturaleza con cantos de sirena y brisa del mar. Que oiga, si el parto es respetado, también vale.

Pongamos un ejemplo más. Imaginémonos que vamos a nuestro hospital y nos dicen que podemos elegir. ¿Qué desea Ud. señora?

a) Un parto que se ajuste a la última evidencia científica y que esté acorde con la Estrategia de Atención al Parto Normal, o

b) desea ser atendida según los protocolos de hace 20 años?

Levante la mano la que quiere la opción B.

”Parto natural” está también asociado a “parto con dolor”. Tampoco debería. De hecho, la estregia antes nombrada y la guía de práctica clínica (pág. 85 y siguientes), nos hablan de las formas de evitarlo o disminuirlo: posición vertical, deambulación durante el proceso de dilatación, estar acompañada, una ducha de agua tibia, técnicas de relajación, inyección de agua estéril, un masaje en la zona lumbar, utilizar pelotas de dilatación, estimulación transcutánea… La mayoría de las mujeres desconoce estas opciones.

Escucho también con mucha frecuencia (incluso en nuestras propias filas) las palabras “parto natural”, como si ello implicase de forma simple y reduccionista el querer parir sin epidural o por vía vaginal. Y no. No tiene nada que ver.

Lo natural es parir… así que por ahí ya vamos mal, uniendo conceptos equivocados. Lo no natural es extraer al niño o inducir el trabajo de parto en la madre (aunque sea por medios “naturales”: una inducción es una inducción).

Lo natural es parir. Lo que no quiere decir, que a veces, lo no natural no sea necesario. Y digo: En ocasiones, no siempre. Sí; a veces, hace falta recurrir a lo artificial; es decir, salir de lo natural para asegurar el bienestar de la madre, del hijo o de ambos.

Peeeero. En ningún caso en la mayoría de las madres. En ningún caso como normal o como regla para todas. De hecho, sólo debería elegirse – una inducción, tener un parto artificial, practicar una cesárea, por ejemplo- cuando los riesgos de la intervención elegida sean menores que si dejamos hacer a la naturaleza su labor. Y en todo caso, aún en un parto que necesite intervención, siempre con la máxima de respeto por delante.

Respeto en muchos aspectos:

- Respeto por la evidencia científica existente.
- Respeto por la fisiología del parto.
- Respeto por el ser humano que nace
- Respeto por la madre que pare.

Hacerlo de otra forma, es arriesgar a la madre, arriesgar al niño. Arriesgarse a una demanda por mala praxis. ¿Por qué correr riesgos?

No hay manera de perderse en este tema. Lo que quieren nuestros hijos es nacer, no que “los nazcan”. Lo que queremos nosotras es parir; no que “nos hagan partos”. Queremos parir de forma segura. Parir sin riesgos innecesarios. Parir felices. PARIR NORMAL.
 
La ilustración la escogí por el cuento de Carlos González: El cuento de la gallina vieja. Podéis leerlo aquí:
 

Ausente, pero no.

  No entro mucho por aquí aunque lo estético sea estar presente en redes. Y lo que sucede en realidad es que los días pasan rapidísimo y no ...