He estado muchos días perdida... voy a hacer un mini-resumen de lo que ha pasado.
Y bueno. El viernes 19, día del padre, hicimos una pequeña fiesta a los tres papás de la casa. ¡¡¡Tres papás!!! Porque este año mi hermano también fue festejado y abrazado con todas las de la ley.
Nuestro festejo fue en la casa de mis padres. Una comida maravillosa, de esas que prepara mi madre (su otra vocación: chef), tarta de pisos, chocolates para todos.
Así estamos la mitad de la familia... gorditos. Bueno, todos los que tenemos buen diente. :-)
A Papá Conejo le sobraron los abrazos. La pequeña, desde muy temprano llenó de besos a su padre y trajo una de sus creaciones artísticas; la mayor, aunque despertó más tarde, fue abrir los ojos y buscarle. No hubo más regalos... sólo besos y cariño. Pero es lo más importante.
Decidimos irnos al pueblo. Tenemos un hogar en tierras extremeñas; lo compramos antes de que nazca Piojilla y vamos de vez en cuando. Fue un viaje de ida y vuelta muy rápido y no hubo tiempo a nada. Me quedé con ganas de seguir allí unos días, así que no descarto que nos vayamos de nuevo por semana santa.
Al volver a Madrid se me ocurrió desviarnos del camino. Le pedí a Papá Conejo que entrase hacia los Ibores, las tierras que me vieron crecer en los primeros años de mi vida.
No había vuelto en casi chorrocientos años. Cuando empezamos la ruta hacia el pueblito pequeño - 300 habitantes, si llega- me palpitaba el corazón muy fuerte. Recordaba los sabores y los olores de la tierra. El río querido, los quesos recién hechos, los jamones colgando. Yo tenía entonces la edad de mi piojilla y lo recuerdo todo. Las casas, la gente, el verdor del campo, el calor del veranito, la nieve cuando hacía frío, el sonido del viento, los colores de la tarde.
Recuerdo que mi madre me mandaba a comprar a la única mini-tienda que había, y yo iba en "mi bici" por las cuatro calles de entonces, saludando a unos, deteniendome en cada casa, probando los manjares que cada vecina invitaba.
Fue mi época Heidi. Vi nacer vacas y pollitos, ayudé a hacer queso, recogí mil flores, hice casas de piedritas, bebí agua en vaso de barro (sabe a lluvia), hice pan, jugué con ovejas... creo sinceramente que cada niño debería tener la oportunidad de vivir así al menos en los primeros años de su vida. Disfrutar al 100% de la naturaleza y ser libre como pájaro.
Recordaba todo y me me emocioné muchísimo. Aún más cuando me encontré con aquellos vecinos memorables y para mi sorpresa, me recordaban también.
Dejo aquí unas fotos del momento en que mi corazón saltó 29 años y me hice niña otra vez... :-)
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