Hace más o menos unos tres años, justo con la llegada de este último retoño, que me entró de repente "la consciencia de lo efímero de la vida". Hasta ese momento, había vivido sin mirar atrás, como si fuera a ser eterna. Cuando, con 35 años, el azar me ofreció la oportunidad de volver a ser madre, no pensé en el regalo que se me hacía. No supe darle valor hasta no oler a mi pequeño recién salido de mi cuerpo.
Y eso a pesar de que a mi alrededor la muerte ha estado siempre presente. Puedo contar al menos 20 amigos muertos en diferentes circunstancias. Todos jóvenes. Muertes injustas (¿qué muerte no lo es?) y tempranas, que no tenían nada que ver conmigo. Como si yo no pudiera enfermar, deprimirme y decidir "que hasta aquí" o sufrir accidentes. Como si la fatalidad fuese algo lejano y esquivo a mí o a mi familia. Como si mis hijos no fueran igual de frágiles que aquellos pequeños de los que no se cuenta nada "por si acaso" hasta no llegar a la mitad del embarazo.
Esa cosa: "la consciencia de lo efímero de la vida", no se siente solo como un "nos vamos a morir todos". Es darte cuenta de repente de lo afortunada que eres y de todo lo que tienes. Dan unas ganas inmensas de festejarlo todo. Muchas veces. Y de llevar esa "buena nueva" a todo el mundo como si hubieras descubierto la pólvora. Es amarte, amar tu cuerpo, tus defectos y pensar en lo absurdas que eran tus preocupaciones con 20 años, cuando no te ponías la camiseta de tu talla pensando en que estabas gorda...
El otro día, de vuelta a casa con mi amiga Irene-dentista, pensábamos en eso. Qué pena -o no, que sino no seríamos las que somos- darnos cuenta ahora, con casi 40 tacos, de lo lindo que era tener 20 años. Ojalá y entonces hubiésemos tenido el amor propio de hoy. Descubrir ahora, después de media vida, que hay que preocuparse menos y vivir más, reírnos mucho, amar despacio y ver crecer a los hijos sin pensar en que todo tiene que ser perfecto.
No lo es. En eso consiste vivir. En equivocarse muchas veces y volver a empezar.
Hace tres años la vida me hizo un regalo. No solo nació mi pequeño, sino la oportunidad de vivir intensamente de una vez. De dedicar tiempo a los míos para compartir la alegría de estar, que ya es bastante. De masticar pausadamente cada instante y verles crecer. Y por eso ahora, mi propósito de 2016 es disfrutar de la vida, aunque eso signifique cerrar proyectos, cerrar puertas, cambiar de sitio, de gente. Quiero vivir y amar.
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